Gramsci durante el Bienio Rojo | La posición de L’Ordine Nuovo en el debate sobre los soviets y los consejos de fábrica en Italia

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1920. La FIAT ocupada, la comisión obrera que dirigia el proceso.

Steven Forti

El periodo comprendido entre el final de la Gran Guerra y la Marcha sobre Roma (1918-1922) se califica normalmente como la “crisis del Estado liberal” y “el origen del fascismo”: la investigación histórica de las décadas postfascistas han analizado principalmente aquel giro complejo de la historia política italiana según una de estas dos perspectivas (1). En aquel lustro sobresale con intensidad el bienio 1919-1920, recordado y estudiado como el momento de máximo protagonismo del movimiento obrero. Pero el tan mitificado “bienio rojo” a menudo se explica también con nostalgia como el inesperado antecedente de los veinte años negros sucesivos. Y a las imágenes de las invasiones pacíficas de los campos y de las ocupaciones de las fábricas pronto se encabalgan las imágenes de la violencia de las brigadas fascistas. Al mismo tiempo, pues, el “bienio rojo” se ve como posible cuna e inequívoco féretro de la revolución socialista italiana.

Del “bienio rojo” se ha hablado y escrito mucho, igual que de los orígenes del Partido Comunista Italiano y del grupo ordinovista (2). Pero a pesar de que se haya dicho mucho, todavía no se ha hablado bastante respecto de algunas cuestiones. Entre ellas, la principal indudablemente, es la cuestión de los sóviets y el debate sobre su constitución en Italia a principios del año 1920. Pararse en esta problemática, analizándola a fondo, resulta imprescindible para llegar a una comprensión lo más completa posible del “bienio rojo” en su conjunto. Leer entre líneas las intervenciones y los artículos de los diferentes dirigentes socialistas italianos –con la vista también puesta en las teorizaciones de los padres de la revolución rusa– ofrece una doble posibilidad. En primer lugar, hace inteligible el pensamiento y la acción política del principio de la posguerra, poniendo de relieve las palabras del orden sin las cuales no sería posible abrir las puertas de la historia política de aquel periodo (3). En segundo lugar, en el ámbito socialista más constreñido, permite reconocer las diversas almas del socialismo italiano antes de la primera escisión de Livorno (enero de 1921) (4): como un cirujano, la cuestión soviética secciona el gran cuerpo socialista, ofreciendo la oportunidad a las diferentes corrientes de mirarse a la cara y de declararse. Cuando hablan de sóviet, Bordiga, Serrati, Togliatti, Gramsci, Bombacci, etc. desgranan sus concepciones de la Revolución, explicándola punto por punto, paso por paso. El debate sobre los sóviets, en realidad, es un debate sobre la Revolución, el Partido, los Consejos de los Trabajadores y los Sindicatos: un debate, pues, sobre qué es el socialismo y qué son sus caminos después del Octubre bolchevique.

El dirigente ordinovista Alfonso Leonetti, comentando en los primeros años de los años setenta el debate político y teórico interno del movimiento obrero de aquellos años, escribía que también en Italia el problema de los sóviets –“el problema de encontrar” la forma práctica que permitiera al proletariado ejercitar su dominio””– se había convertido en el tema central de cualquier reunión obrera y de la prensa socialista. “Los trabajadores de las oficinas o de los campos lo habían entendido todo sólo, escribiendo en todos los muros de Italia la palabra “sóviet”.[…] Pero en las esferas dirigentes y en la prensa socialista sólo había confusión”. (5)

Efectivamente, Leonetti tenía razón, tanto en cuanto a la confusión reinante dentro del Partido Socialista Italiano como por la centralidad del debate sobre los sóviets. (6) Desgraciadamente, después de la fuerte derrota sufrida por el movimiento obrero italiano, en los largos años de exilio y de la Primera República, no se han tratado mucho estas cuestiones: los sóviets y toda la gran actividad teórica y propagandística llevada a cabo cayeron pronto en el olvido, y acabaron siendo un recuerdo vago, un error de recorrido, fruto de la luz emanada por la Rusia soviética. El organismo sobre cuya instauración estaban todos más o menos de acuerdo según principios de 1920 quedó totalmente desbancado en la búsqueda teórica e histórica sucesiva del Consejo de Fábrica. Cómo apuntan A. Benzoni y V. Tedesco, este último tuvo el mérito tanto de ser estudiado con más profundidad cualitativa por un grupo homogéneo (L’Ordine Nuovo [el Nuevo Orden]) cómo de ser puesto en práctica en la realidad de la fábrica (sobre todo en Turín). (7)

Pero a pesar de todo lo que se ha escrito sobre el grupo ordinovista y Gramsci durante el “bienio rojo”, todavía hay muchas cuestiones que no se han tratado con suficiente claridad. Así pues, ver con una lente de aumento la posición de los compañeros de Turín en el intenso debate que ocupó las primeras páginas de los diarios y de las revistas socialistas entre enero y abril de 1920 resultará sin duda heurísticamente interesante, al menos por razones de dos tipos. La primera es que permite conocer de forma completa la concepción que el socialismo tenía de L’Ordine Nuovo del “bienio rojo”. La segunda es que ofrece nuevas pistas para el estudio sobre los primeros años de vida del PCI y sobre el desarrollo sucesivo de las reflexiones teóricas gramscianas.

Así pues, en estas páginas se tomarán en consideración los artículos que el grupo ordinovista escribió respecto del debate ignorado alrededor de la constitución de los sóviets en Italia. El debate se inició por Nicola Bombacci (8), entonces secretario político del PSI, con la lectura de un proyecto de constitución de los soviets en Italia en el Consejo Nacional del PSI en enero de 1920 (9). Entre enero y abril todas las corrientes del todavía amplio Partido Socialista van tomando posiciones a partir del proyecto Bombacci: Bordiga y la Facción Abstencionista, Il Sóviet de Nápoles, Bombacci y Gennari en l’Avanti! y La Squilla de Bolonia, Serrati y los maximalistas unitarios en l’Avanti!, el agente bolchevique Niccolini en Comunismo y el grupo de Gramsci en l’ Ordine Nuovo de Turín. La referencia a menudo era el proyecto de Bombacci, pero aquello que se decía iba mucho más lejos. En las respuestas y en las duras críticas de este proyecto se condensa la concepción del socialismo y de la revolución del grupo de Turín y se pueden encontrar in nuce las líneas principales del pensamiento político vanguardista de Gramsci, que en los setenta sabrán revaluar con atención, con la voluntad de ponerlo en práctica. (10)

En Turín, al contrario de los otros centros del socialismo italiano, se pensaba y se actuaba de forma diversa. No faltaba ni la claridad ni la conciencia, ni tan sólo una reflexión atenta. El grupo ordinovista razonaba sobre la revolución rusa, se interrogaba sobre las cuestiones que había abierto el Octubre. Hojear los números de 1919 y de 1920 de L’Ordine Nuovo muestra una realidad particularmente receptiva a las innovaciones del pensamiento y de la práctica, nacional e internacional. Esta fue una fase de gran importancia en la formación de Antonio Gramsci: desde la fundación de L’Ordine Nuovo en mayo de 1919, las reflexiones políticas y teóricas del socialista sardo tomaron un tono de una profundidad notable. (11)
La dimensión a la que se hace referencia era diferente en comparación con las diversas almas del PSI. No era el Partido (cómo para Bordiga), ni los sóviets (cómo para Bombacci): era el Consejo de Fábrica la idea a la cual se aspiraba y la realidad que se buscaba. Era una elección deliberada y perfectamente consciente, y no incomprensión de las enseñanzas rusas. Una enseñanza leída a través la experiencia de Turín: las palabras de los bolcheviques se plasmaban en la concreción de los Consejos de Fábrica. El movimiento turinés, que tuvo su primera afirmación en septiembre de 1919 con el nacimiento del consejo de fábrica en la “Brevetti FIAT”, “se vinculaba al modelo soviético lejano, pero traía en su seno […] elementos de la tradición sindicalista y del ideal de los ”consejos de productores””. (12)
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Gramsci i los dirigentes de la fracción comunista en Turín.
Los artículos de Gramsci, Terracini, Togliatti y Tasca no parecen particularmente invadidos por el mito ruso. Se ve más bien un estudio atento, referencias sensatas sobre la dimensión soviética. Es imprescindible, en este periodo histórico, leer a los bolcheviques (los primeros revolucionarios victoriosos) y reflexionar a través las categorías del paradigma de la Revolución Victoriosa, si se quiere pensar la política. Y Gramsci y los otros leían frenéticamente a los rusos, publicaban sus textos y a menudo los citaban. Sufrieron –como todos– aquel síndrome que afecta a los discípulos de una nueva religión: se consideraban los únicos capaces de comprender correctamente las enseñanzas del maestro. Así, en el momento en que se los criticaba y se los acusaba, tiraban anatemas contra los compañeros pidiéndoles si realmente conocían y habían meditado con atención y profundidad las tesis de Lenin, Zinoviev o Radek. Mencionar y citar la doctrina para no ser considerados herejes. Igual que hacían los otros líderes socialistas: Bordiga, Serrati y, retóricamente, Bombacci.

Así pues, en Turín la perspectiva era diferente. Una perspectiva económica, una perspectiva marxista y comunista. El problema de la revolución era el de “convertir en revolucionaria, de forma permanente, una gran masa humana”. No se trataba de un problema de propaganda oral y de proselitismo de partido como para el socialista de 1848 y de la “Segunda Internacional”, sino más bien un problema de transformación del organismo social. Desde una perspectiva fielmente marxista, realmente comunista, el problema era “crear un sistema orgánico que conduzca a los hombres a entrar de forma espontánea, por la misma evolución que están viviendo las relaciones sociales con el impulso de las fuerzas que rigen todo el organismo de la sociedad.” (13) Palmiro Togliatti, en dos artículos con un mes de diferencia, expone las posiciones de L’Ordine Nuovo sobre la constitución de los sóviets en Italia: tomar la palabra en el debate sobre los sóviets era una manera de exponer la manera propia de llegar al socialismo. Desde una perspectiva opuesta a la bordighiana se criticaba radicalmente aquel tipo de vía intermedia hacia la revolución que era el proyecto Bombacci; este proyecto, pleno de errores teóricos, intentaba conciliar la enseñanza rusa y la experiencia italiana, con un partido político y unas organizaciones que ya existían en el movimiento obrero. Antes de Togliatti, Angelo Tasca y Umberto Terracini ya habían tomado la palabra sobre este tema. El 18 de octubre de 1919 Tasca anticipó el debate sobre la cuestión soviética en un artículo de comentario del XVI Congreso Nacional del PSI (Bolonia, octubre de 1919). Al reintroducir la presencia del término “violencia” como leimotiv en las deliberaciones del Congreso, el fundador de L’Ordine Nuovo condenó duramente el maximalismo –definido como “nulista” y no “realizador”– y demolió las referencias a los consejos de trabajadores (Soviet) realizadas en el nuevo programa del PSI (14). Tras la lectura del proyecto de Bombacci, Terracini fue el primero de los ordinovistas en explicitar la posición propia. La condena de la propuesta bombacciana era absoluta: la única solución, según el abogado turinés, era la de dirigirse a la masa, dejar el estado burgués y transferir su centro de acción a la fábrica y al campo, el centro de la vida de la futura República Comunista. (15)

En Nápoles, la palabra de orden del partido político comunista era la que dictaba las leyes. En Turín, era el Consejo de Fábrica, experiencia tangible y ya testada, quien actuaba como iniciador de la revolución. Las premisas eran las mismas: invariable la deuda hacia los padres mitificados de la revolución rusa, evidente el llamamiento a la fidelidad de la doctrina marxista –en este caso concretamente en la política como súperestructura–, clara la diferenciación entre los soviets y los Consejos de Fábrica y la contrariedad a la inmediata constitución de los organismos soviéticos. Y se llegaba a las mismas conclusiones, tanto en una perspectiva feliz –la dictadura del proletariado y la sociedad comunista– como infeliz –no seguir el camino propuesto habría matado el espíritu revolucionario y a hacer fracasar la revolución proletaria.

Por otro lado, era inversamente proporcional la vía que se tenía que seguir y consecuentemente la crítica planteada contra el proyecto bombacciano. ¿Con qué se puede hacer iniciar la revolución? Para Bordiga aquello que se tenía que constituir inmediatamente era el Partido Comunista, el partido secta de clase: los Consejos de Fábrica tienden al reformismo y favorecen la contrarrevolución si el poder político no está en manos del proletariado (16). Para Gramsci y compañía, la propaganda para la constitución inmediata tenía que ser a favor de los Consejos de Fábrica: los sóviets están destinados a precipitarse en el vacío sin la transformación económica previa de la sociedad y de las relaciones sociales en su sustancia. Con una deliberación de partido no era concebible iniciar la creación de una sociedad nueva. El Partido es una institución política que, como el sóviet, atraía poco la atención del grupo turinés puesto que era “externa al ‘lugar central’ del choque de clases en marcha”: la visión ordinovista del partido “tiende constantemente a privilegiar el elemento espiritual de la ‘conciencia’ sobre el elemento funcional de ‘el instrumento’”. (17)
Cuando se lee a Bordiga en los meses del “bienio rojo” parece que se trata de un enviado bolchevique en Italia: la sintaxis es clara, la forma ágil, los contenidos claros. Sus intervenciones ponen de manifiesto una absoluta perfección en cuanto a la precisión terminológica y teórica. (18) Aun así, la claridad no era sólo una virtud de Bordiga. Ya antes de tratar a fondo la cuestión de los sóviets, en febrero, L’Ordine Nuovo había presentado el resumen de su pensamiento en cinco tesis. Se hacía hincapié en el binomio masa-economía. La revolución fracasaría si no se trataba de un movimiento de masas: esta tenía que “partir de la intimidad de la vida productiva”. Su base real no la daban los Sindicatos, ni tan sólo las Secciones del Partido, sino un movimiento que “tienda a educar los productores por autogobernarse, en el puesto de trabajo” y que “se concreten de una forma orgánica permanente”. Así, “los sóviets tienen que ser formación de masas vinculada estrechamente con los órganos estructurales de la nueva economía comunista libre. Sólo si se acercan a la economía, se convertirán en organismos vitales y dejarán de ser simples conciliábulos políticos”. (19)
La constitución de los Consejos de Fábrica era, pues, el único inicio posible para la afirmación comunista en Italia.

La semana siguiente, Togliatti desolló –hasta tocar el hueso– el proyecto de Bombacci. El dirigente ordinovista sostenía que el razonamiento de base se desprende del postulado que “los sóviets están en la base del Estado socialista”. Simplificando, según Togliatti, “los sóviets son el Estado socialista” con el corolario “crear el Estado socialista quiere decir hacer la revolución, y para hacer la revolución es necesario, por lo tanto, crear los sóviets”. Si la lógica era exacta de un punto de vista formal, ¿qué valor y qué significado se tenía que dar a los términos empleados? Como Bordiga y como los enviados bolcheviques Niccolini y Humbert-Droz, también el futuro compañero Ercoli analizaba la diferencia entre forma y sustancia: “la concepción que implica la realización de una revolución en la creación de un Estado es exacta en nuestra opinión […]. Pero qué es un Estado? Está la forma del Estado y está la substancia. La forma es la red de las instituciones en las cuales entran los hombres para operar como hombres políticos.”

Empleando como modo de comparación el Estado burgués, Togliatti sostenía que, según la ley tan empleada de los recursos históricos, el futuro Estado proletario tendría que haber sufrido el mismo proceso evolutivo. Por lo tanto, dado que “antes de cambiar la forma del Estado, los burgueses habían modificado la sustancia, habían modificado la constitución de la comunidad civil y después habían pensado en las ”Constituciones”….”, tenía que suceder lo mismo para los proletarios. Así pues, era necesario pensar construir el estado socialista, pero era inútil la tarea si no se consideraba como “un ejercicio de una acción continúa y orgánica directa para modificar la naturaleza de las relaciones sociales. El Sóviet es para nosotros, cómo ha sido el Parlamento para los burgueses, un punto de llegada, es la estructura política extrema de la sociedad.”

Por otro lado, Bombacci quería que se hiciera “el camino inverso, partir del resultado antes de tener las premisas y las condiciones del mismo”. Como Bordiga, también Togliatti recuperaba de las enseñanzas del Lenin de El Estado y la Revolución la doctrina marxista pura para dibujar la manera en la cual tenía que darse la revolución y de plasmarse el Estado socialista. Y para desmontar de forma creíble el proyecto bombacciano. Según Togliatti, a pesar de que se utilizara la palabra revolución y las frases que remitían a una concepción marxista del futuro social, “el proyecto no es ni revolucionario ni marxista, es un ejercicio que no puede tener más valor que el de una construcción jurídica anticipada”.

“Marx nos había enseñado que el derecho no es una superestructura: Bombacci se contenta con la superestructura; Marx nos había enseñado que la revolución es un proceso de desarrollo y de transformación de las relaciones sociales […]: Bombacci se contenta con la forma. Y la Revolución […] ocurre para él en una palabra, una sombra: los órganos revolucionarios que querría crear son la sombra de una sombra.” (20) Por tanto, ¿cuál era la solución por la que no se construyeran sólo planes y la sombra de Marx no nos sugiriera “que el constructor de los ”planes” es un contrarevolucionario”? Era necesario hacer una acción concreta: “ejercitar una influencia orgánica sobre esta conciencia y sobre esta voluntad [de los individuos] que se forman y se desarrollan en el mundo económico, en el mundo de la producción”. El periodo de la lucha de clases se había caracterizado por la resistencia, originada en el mismo lugar de trabajo: en la fábrica, en el campo, la lucha de clases era una cosa concreta. Y ahora como entonces, en el momento de la conquista que anticipa la reconstrucción, se tenía que partir del puesto de trabajo, del lugar donde había empezado la resistencia.
“Ser concretos hoy quiere decir para nosotros ayudar en este pasaje, en esta transformación: hacer que en el puesto de trabajo la lucha de clases acontezca creadora de nuevas relaciones sociales, y que [continúe siendo] la acción de las masas que operan en el ámbito de la producción.”
El “plan” correcto de la reconstrucción se encontraba “en la realidad misma de la vida económica”. En la fábrica, esto era evidente gracias a la construcción de un organismo en el cual cada parte estaba ligada a una unidad orgánica, pero también en el Estado y a nivel internacional “el desarrollo mismo de la economía tiende a convertir a los hombres en parte e instrumento de un organismo” donde se empiezan a realizar “las condiciones del paso a un sistema económico solidario”. Según Togliatti, era necesario educar los productores para que se apropiaran del “plan” comunista, es decir “es [era] necesario educarlos para autogobernarse”.

En el proyecto del secretario político del PSI N. Bombacci se diferenciaban con claridad los sóviets de los Consejos de Fábrica, intentando poner en una relación orgánica ambos organismos. Sin embargo, para el futuro presidente del PCI, haciendo esto “los obreros están en el Consejo de Fábrica naturalmente como productores, pero en los sóviets de Bombacci entran como hombres con un determinado programa político”. Los sóviets quedarían reducidos, pues, en la realidad, a ser duplicados, con una base más vasta, de las Secciones del Partido, sin ninguna posibilidad de desarrollo nuevo y diverso de aquel que tendría que tener normalmente el Partido.
“En el Consejo de Fábrica y, en general, en la organización para la unidad y para el puesto de trabajo queda claro que nos encontramos ante la aplicación de un principio nuevo. […] Se sigue una nueva táctica, que plantea las bases de una organización natural de masas, que tiene que surgir y desarrollarse en el terreno mismo de la producción.”
En el proyecto Bombacci, finalmente, se afirmaba que la conciencia “de ser rivales de los amos” ya existía en un número de productores suficiente como para crear una “gran red de organismos estatales” mientras que en la concreción de la constitución de los Consejos de Fábrica “se reconoce que hasta que esta conciencia no se afirme universalmente en el puesto de trabajo es inútil hablar de constitución de un nuevo Estado”. Por lo tanto, la acción en aquella difícil coyuntura tenía que ser crear y reforzar esta conciencia para que, en el puesto de trabajo, “se diera la transformación de la conciencia de los productores con voluntad constructiva, […] capaces de crear un Estado”. (21)

Las críticas al proyecto bombacciano se incluían en la óptica de una reafirmación limpia de la perspectiva ordinovista y de la del grupo turinés en las fábricas, ratificada en abril por Alfonso Leonetti (22). El joven dirigente comunista corroboró la necesidad de traer la discusión a su lugar natural, entre los obreros, en las fábricas, abandonando proyectos inútiles y polémicos. “Hoy no existe un pueblo, como en la época de Moisés, al cual se pueda dictar las tablas de su ley desde una montaña.” El error innato del proyecto Bombacci –“que es su condena; su muerte”– era lo de proponer esquemas de leyes: esto “es fruto del estudio de un individuo, no de la colectividad […], destinado a caer en el nada, puesto que no encuentra en las masas […] el humus que asegura la continuidad lógica de su existencia”. Por lo tanto, se tenía que crear, antes de la Constitución, los órganos de ésta mediante el esfuerzo de toda la colectividad que actúa en el ámbito de la fábrica. La mentalidad autoritaria de quien propone individualmente desde arriba “es la negación de cualquier doctrina revolucionaria”. La vía que se tenía que seguir era, pues, aquella donde la clase obrera había hecho suyo el problema de la creación de los órganos del Estado socialista, cosa que ya se había hecho en Rusia, en Alemania, pero también en la misma Italia.

“Esto demuestra como el problema de los sóviets y de los Consejos puede resolverse de forma adecuada sólo en el lugar de la producción, que es su sede natural.” La confusión existente entre los sóviets y los Consejos de Fábrica era una prueba más, para Leonetti, que los proyectos no servían por establecer aquello que no era posible establecer a priori. Los obreros “nos abren el paso y nos reclaman” a la realidad revolucionaria, moviéndose “en el terreno concreto de la experiencia”: el Consejo de Fábrica los concienciaba que “el Estado socialista empieza a construirse desde la fábrica” y “la educación revolucionaria que prepara el nacimiento y la formación del Estado de los sóviets”. Leonetti reafirmaba finalmente dos conceptos muy cercanos a la concepción ordinovista: que la fábrica y el campo son los primeros núcleos del Estado de los Consejos y que “los obreros tendrán que educarse en el autogobierno”, para que la oficina sea la primera experiencia para el futuro gobierno del Estado.

En abril, fue el mismo Gramsci quién intervino en la discusión, con un artículo no firmado en L’Ordine Nuovo, en respuesta a los artículos de Carlo Niccolini (23). Este había acusado a los ordinovistas de graves errores respecto de los comités de fábrica: su concepción habría sido en el fondo reformista y habría diseminado ilusiones nocivas entre el proletariado. De la pluma del socialista sardo salió una defensa apasionada de las palabras y de los hechos del grupo de L’Ordine Nuovo. Gracias a su empujón, los obreros turineses sabían que “la conquista de la fábrica no puede sustituir la lucha para la conquista del poder político o precederla” y lo han entendido “experimentalmente, a través de las discusiones y la práctica de los Consejos de fábrica”. Es por eso que L’Ordine Nuovo insiste tanto en este nuevo organismo del proletariado. Así pues, “¿ha sido informado el compañero Niccolini seriamente sobre las discusiones que se han llevado a cabo en Rusia sobre las instituciones de la fábrica? ¿Conoce las opiniones de los teóricos de la Tercera Internacional sobre estas instituciones? […] Nosotros estamos convencidos que el compañero Niccolini no conoce ni la práctica de los compañeros rusos, ni la práctica de los compañeros turineses”. (24)

Lo que nos podemos preguntar es cuánto se conoce realmente sobre las discusiones y las realizaciones de los bolcheviques en Italia (y en Europa) durante el “bienio rojo”. Ya es un hecho aceptado el notable retraso y la patente deformación de las informaciones presentes en los vínculos entre la Rusia soviética y Europa (25), sin contar la divergencia existente entre aquello que se decía y aquello que se hacía por parte de los bolcheviques desde el nacimiento del Estado soviético, es decir, entre la propaganda que se hacía en el exterior y aquello que realmente sucedía dentro de Rusia (26). H. König (y la crítica académica) han insistido en este punto: todo aquello que razonaban y teorizaban respecto del sóviet, Partido y Revolución, ya sea L’Ordine Nuovo o Il Sóviet en el primer año de vida de la Internacional Comunista, se hacía sin conocimiento de la realidad soviética y sin la actualización de los cambios de las directivas políticas en las altas esferas del nuevo estado bolchevique, en aquel período tan cambiante (27). Esto, a pesar de poner de manifiesto la posible fragilidad de algunos espaldarazos y de algunas coberturas de las teorizaciones ordinovistas, no lleva importancia a la creatividad política del grupo de Turín. Si a la línea gramsciana del bienio rojo se le puede imputar la ausencia de debate sobre la Guerra y el retraso en el debate sobre el Partido, se le tiene que otorgar, aun así, el mérito de haber, al menos de forma embrionaria, anticipado algunas características que han acontecido patrimonio común de la izquierda italiana en la segunda posguerra:
“la conciencia de la relación dialéctica entre clase y partido; la autonomía creativa de la confrontación en activo en las estructuras productivas; […] la definición de un sistema de un sistema de valores alternativo; […] el redescubrimiento de la autonomía del momento social respecto de la representación que hacían las fuerzas políticas” (28)
Notas

1. Ver, por ejemplo, la obra fundamental de Roberto Vivarelli, Storia delle origine del fascismo. L’Italia della grande guerra alla marcia su Roma (2 vol.), Bologna, Il Mulino, 1991 o el estudio de una realidad local importante como por ejemplo Bolonia, Nazario Sauro Onofri, La strage di palazzo de Accursio. Origino e nascita del fascismo bolognese 1919-1920, Milano, Feltrinelli, 1980.
2. Ver, entre la infinidad de textos publicados sobre el “bienio rojo” y sobre los orígenes de los Partido Comunista Italiano, Franco De Felice, Serrati, Bordiga, Gramsci e il problema della rivoluzione in Italia, 1919-1920, Bari, De Donato, 1971; Giuseppe Maione, Il bienio roig. Autonomia e spontaneità operaia nel 1919-1920, Bologna, Il Mulino, 1975; Paolo Spriano, Storia del Partito Comunista Italiano. 1. Da Bordiga a Gramsci, Torino, Einaudi, 1967; Luigi Cortesi, Le origine del PCI, Roma-Bari, Laterza, 1977.
3. Para una perspectiva de historia de la política que tenga en consideración las palabras y las acciones de los actores políticos en una determinada situación política, ver Valerio Romitelli, Mirco Degli Esposti, Quando si è fatto politica in Italia? Storia di situazioni pubbliche, Catanzaro, Rubbettino, 2001, pp. 19-73.
4. Una rápida, pero interesante panorámica sobre la transición entre PSI[Partido Socialista Italiano] y PCd’I [Partido Comunista de Italia] y sobre sus respectivas concepciones de la revolución en Serge Noiret, Il partito di demasiado massimalista dal PSI al PCd’I, 1917-1924: la scalata alle istituzioni democratiche, in Fabio Grassi Orsini, Gaetano Quagliarello (cur.), Il Partito politico dalla grande guerra al fascismo. Crisis della rappresentanza e riforma dello Stato nell’età dei sistemi politici di massa (1918-1925), Bologna, Il Mulino, 1996, pp. 909-965.
5. Antonio Gramsci, Amadeo Bordiga, Dibattito sui Consigli di fabbrica, introducción de Alfonso Leonetti, Roma, Savelli, 1973, p. 9.
6. Otros dos protagonistas importantes del “bienio rojo”, con distancia de algunos años, reconocerán el mismo mix de confusión y de centralidad de la cuestión sovietista. Ver, Pietro Nenni, Il diciannovismo, Milano, Edizioni Avanti!, 1962, p. 91; Angelo Tasca, La nascita del fascismo, prefazione di D. Bidussa, Torino, Bollati Boringhieri, 2006, pp. 15-17.
7. Alberto Benzoni, Viva Tedesco, Sóviet, Consigli di fabbrica e “preparazione rivoluzionaria” del PSI (1918-1920), “Problemi del socialismo”, 1971, pp. 189-190.
8. Para la interesante trayectoria política de N. Bombacci, del socialismo al fascismo, ver Serge Noiret, Massimalismo e crisis dello stato liberale. Nicola Bombacci (1879-1924), Milano, Franco Angeli, 1992; Guglielmo Salotti, Nicola Bombacci da Mosca a Salò, Roma, Bonacci, 1986.
9. Sección Socialista de Pistoia, Por la costituzione dei Sóviet. Relazione presentata al Congresso Nazionale da Nicola Bombacci, Pistoia, Tipografía F.lino Cialdini, 1920.
10. Entre los numerosos estudios dedicados al pensamiento de Gramsci publicados en España durante los años setenta y ochenta, ver Giorgio Bonomi, Partido y revolución en Gramsci y la teoría gramsciana del Estado, Barcelona, Avance, 1973; Maria-Antonietta Macciocchi, Gramsci y la revolución de Occidente, Madrid, Siglo XXI, 1976; Cesáreo Rodríguez-Aguilera de Prat, Gramsci y la vía nacional al socialismo, Madrid, Akal, 1985. En cuanto a la actualidad del pensamiento de Gramsci en los años setenta, ver, entre otros, AA. VV., Oltre Gramsci?, prefacio de Corrado Belci, Roma, Edizione cinque lune, 1977; Louis Althusser et alli, Actualidad del pensamiento político de Gramsci, Barcelona, Grijalbo, 1977.
11. Los escritos de Gramsci de esta época se han vuelto a publicar en Antonio Gramsci, Scritti politici, edición de Paolo Spriano, Roma, Editori Riuniti, 1971 y Antonio Gramsci, Per la verità. Scritti (1913-1926), edición de Renzo Martinelli, Roma, Editori Riuniti, 1974.
12. Esta es la tesis de Helmut König, Lenin e il socialismo italiano, Firenze, Vallecchi, 1972, p. 59, que señala que, en 1919, era común tanto para los socialistas cómo para los populares, combatientes y fascistas el intento de pasar de un sistema económico capitalista a una organización económica con reclamos evidentes a la tradición sindicalista.
13. Palmiro Togliatti, La costituzione dei Sóviet in Italia (Dal progetto Bombacci all’elezione dei Consigli di Fabbrica), “L’Ordine Nuovo”, a. I, núm. 37, 14 febrero de 1920, p. 291.
14. Angelo Tasca, Impresione del Congresso Socialista, “L’Ordine Nuovo”, a. I, núm. 22, 18 octubre de 1919, p. 171-173.
15. El proyecto de Bombacci se define como “una marca nítida y muy especificada de derecho constitucional sovietista”, Umberto Terracini, Il Consejo Nacional de Florencia, “L’Ordine Nuovo”, a. I, núm. 35, 24-31 enero de 1920, p. 277-278.
16. Bordiga interviene en el debate con el ensayo Para la constitución de los consejos obreros en Italia publicado en 5 artículos sobre “El Sóviet” entre el 4 de enero y el 22 de febrero de 1920. Para el pensamiento político de Bordiga en esta etapa, ver Amadeo Bordiga, Scritti scelti, al cuidado de Franco Livorsi, Milano, Feltrinelli, 1975, pp. 73-103; F. De Felice, Serrati, Bordiga, Gramsci, cit., pp. 129-233; Andreina De Clementi, Amadeo Bordiga, Torino, Einaudi, 1971.
17. A. Benzoni, V. Tedesco, Sóviet, Consigli di fabbrica, cit., “Problemi del socialismo”, cit., p. 194.
18. Son frecuentes las críticas del teórico sobre su nulo contacto con la realidad. En el Consejo Nacional de Milán de abril de 1920, el entonces secretario político del PSI, E. Gennari dirigiéndose a Bordiga dijo: “Y yo querría dirigir algunas palabras al amigo Bordiga, que quiere ser siempre lógico, impecable, puro como por ejemplo Parsifal, que quiere estar siempre en el azul del cielo de los principios, de las teorías, nunca en contacto con el terreno de la realidad, al amigo Bordiga que denominaría casi San Amadeu el estilita, que medita absorto en sus teorías sobre una columna, pero que no baja a todas las contingencias, a todas las necesidades de la lucha […]”, en Il Consejo nacional socialista. Sesiones tenidas EN mILÁN entre el 18 y el 22 de abril de 1920. Texto taquigráfico íntegro inédito, Volumen tercero: X-XII asamblea, Milano, Edizioni del Gallo, octubre 1968, p. 29.
19. La costituzione dei Sóviet in Italia, “El Ordine Nuovo”, a. I, núm. 36, 7 febrero de 1920, p. 285.
20. Palmiro Togliatti, La costituzione dei Sóviet in Italia (Dal progetto Bombacci all’elezione dei Consigli di Fabbrica), “L’Ordine Nuovo”, a. I, núm. 37, 14 febrero 1920, p. 291. [Cursiva mía].
21. Palmiro Togliatti, La costituzione dei Sóviet in Italia (Dal progetto Bombacci all’elezione dei Consigli di Fabbrica), “L’Ordine Nuovo”, a. I, núm. 40, 13 marzo 1920, p. 315. [Cursiva mía].
22. Alfonso Leonetti fue un “periodista proletario” muy activo, que colaboró hasta el 1918 al Grido del popolo [el Grito del Pueblo] de Gramsci y en la edición turinesa de l’Avanti!. Ordinovista desde el primer momento, fue uno de los fundadores del PCd’I de Livorno, distinguiéndose por la obra de organización de la prensa comunista. Redactor del diario L’Ordine Nuovo y, más adelante, director de l’Unità, se convirtió, el 1924, en miembro del CC del PCd’I. Perseguido al final de la vida por los fascistas, el 1926, se quedó en Italia para gestionar el primer centro interno del partido. En 1928 emigró clandestinamente en Francia, donde continuó su actividad política y periodística comunista. F. Andreucci, T. Detti (cur.), Il Movimento Operaio Italiano. Dizionario biografico (1853-1943), Roma, Editori Riuniti, 1979, vol. IV, Leonetti Alfonso, p. 97-101.
23. C. Niccolini, alias N. M. Ljubarskij, fue el enviado oficial de la Comintern en Italia entre el otoño de 1919 y enero de 1921. Inicialmente cercano a Serrati y crítico con el grupo ordinovista, después del verano de 1920 se acercó, por indicaciones bolcheviques, a la facción comunista de Bordiga y Gramsci, favoreciendo la escisión en el XVII Congreso Nacional del PSI de Livorno. Ver, Antonello Venturi, Rivoluzionari russi in Italia, 1917-1921, Milano, Feltrinelli, 1979, p. 196-258.
24. Antonio Gramsci, Sóviet e Consigli di fabbrica, “L’Ordine Nuovo”, a. I, núm. 43, 3-10 de abril de 1920, p. 340.
25. Se puede pensar únicamente, a título de ejemplo, en el retraso de la carta de Lenin sobre la participación en las elecciones políticas generales de los 16 de noviembre de 1919, datada el 28 de octubre de 1919 y que no fue publicada a “l’Avanti! hasta el 6 de diciembre. O el retraso, el septiembre de 1920, de las noticias relativas a la ocupación de las fábricas en Italia, que desembocaron en un acto tragicómico: las cartas de Lenin a los obreros de las fábricas ocupadas llegaron cuando ya se habían desmovilizado!
26. Ver, entre otros, Paolo Melograni, Il mito della rivoluzione mondiale. Lenin tra ideología e ragion di stato (1917-1920), Roma-Bari, Laterza, 1985; Oscar Anweiler, Storia dei Sóviet, 1905-1921, Roma-Bari, Laterza, 1972.
27. Ver también, Silverio Corvisieri, Il Bienio rojo 1919-1920 della Terza Internazionale, Milano, Java Book, 1970.
28. A. Benzoni, V. Tedesco, Sóviet, Consigli di fabbrica, cit., “Problemi del socialismo”, cit., p. 651

Fuente: http://www.gramscimania.info.ve/2013/11/gramsci-durante-el-bienio-rojo-la.html